Mi naturaleza curiosa me hace ir fijándome en las personas con las que me cruzo a diario. Me intrigan cada uno de esos microuniversos envueltos en piel y ropa. A veces trato de imaginar lo que se esconde tras una mirada, en una mueca de disgusto, en una conversación telefónica lejana… Pero sobre todo me conmueven los gestos de ternura: una pareja cogida de la mano, un abrazo espontáneo, un largo beso de reencuentro. Gestos que hacen que me sienta parte de sus vidas por un momento, simplemente un instante, lo que tarda una burbuja de jabón en formarse y desaparecer.

Son los gestos los que harán que se recuerde nuestro nombre. Somos de naturaleza efímera y seres solitarios con necesidad de formar parte… y nuestra forma de trascender, de legar algo a los demás, son esos gestos cotidianos que regalamos sin buscar nada a cambio. La palabra adecuada cuando más hacía falta, el calor de nuestro cuerpo cuando el frío helador se volvía insoportable, el compartir nuestro tiempo olvidando la prioridad del ‘yo mismo’, escuchar aunque la voz nos sea ya lejana. Somos gestos y seremos polvo, pero quizás a través del aire alguien seguirá escuchando nuestra sonrisa. Si conseguimos eso seremos eternos.

Microuniversos

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